jueves, 27 de mayo de 2010

R


Hacia mucho que no leía.
Hacia mucho que no comía.

viernes, 21 de mayo de 2010

Q

Otra vez en el mismo lugar.
Esta vez mi parque de atracciones derruido, de atracciones rasgadas, de colores alegres, de risas de niños disimuladas en cada poro del aire frió.
El maldito amarillo anaranjado de brisa antigua destacaba por encima de cualquier matiz, adentrandose en los diferentes tonos hasta transformarlos en otros. Que mirada la mía entre esos remolinos de nada que se colaban entre las nubes y hacían danzar las hojas muertas en círculos, fue interminable ese momento al ver aquel panorama.

Ellas estaban hundidas. El tío vivo abajo, en un agujero de unos 10 metros y dentro de él juguetes rotos, amontonados, de aire tan o más melancólico que la propia visión de todo aquello. La montaña rusa igual, las sillas voladoras...todo inundado de objetos, de cosas que al acercarme reconocía como mías.
Un ruido que me distrae de todo aquello, y al girarme, la luz del sol me ciega. Mis párpados se cierran a causa de un dolor leve que solemos omitir, no lo suficiente duradero como para tenerlo en cuenta. ¿Que es lo que te retuerce el estomago?

Evaristo.
Aquel niño que desapareció de mi vida cuando cumplimos 11 años, que se fue para no volver nunca estaba allí. Era él.
Blanco, cabello negro y algunos pelos de la coronilla despeinados. Delgado, no extremadamente y con los veinte años que ahora debía de tener. Era él, seguro. Podía ver esa misma cara de circunstancia, de pregunta constante. Los labios rosados y unas mandíbulas marcadas que mi propia imaginación le habían puesto a esos recuerdos pueriles ahora cambiados.
Podría ser esa persona?
Un plano detalle en el color de sus ojos, tan agua como siempre, perdidos entre el gris más oscuro y el verde más vivo, adornados, esos si, con esas pestañas negras, tupidas, llenas, que le aportaban un aire fuerte, serio, pared de mármol, indestructible.
Un nuevo frasco para la misma fragancia.
Se acercaba y yo ridícula, en medio de una plaza triste y polvorienta, de un rojo muerto. El tío vivo chirría a una velocidad lenta, pausada. Las sillas voladoras rotas, de cadenas mutiladas. El payaso descolorido todavía sonriente. Un ambiente pesado, caluroso, un cielo azul cían.
A un paso de mi.

- Hola.

Su voz había cambiado, antes era de terciopelo, ahora esa textura era mucho más pesada, pero igualmente relajada. No había sonreído. Yo solo quería llorar, tirarme a sus pies.
Tirarme de cabeza y Tocarlo.

- ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?
- Soy yo, yo... ¿te acuerdas? Tania, ¿te acuerdas?, soy yo.
- No, No sé quien eres.

Que hacer más que miles de lágrimas se desplomaran. Se giro y comenzó a marcharse, tan lento como vino, tan sigiloso como llego. Un nudo en el estomago, y un punzón que giraba en el pecho, hasta retorcerlo sangrientamente. El sollozo infantil no me dejaba respirar, caí sobre mis rodillas ahogada por mis sentimientos de angustia tan guardados, tan espesos y me arrastres hasta uno de esos inmensos cráteres, hasta poder apoyarme en una gran cabeza de un pato Donald gigante, que sobresalia de la gran montaña de basura de recuerdos que se amontonaban allí.
Vomite un amargo liquido tan amarillo como el ambiente mismo y al mirar concientemente lo que me rodeaba vi en medio de la porquería mi primer conjunto de ropa interior negra, provocativo. Nuevo, totalmente, no como lo tenia ahora, gastado y rozado.
Me lo guarde en el bolso y al girarme me choque con él de nuevo.
- No puedes coger nada. Además ya tienes que irte de aquí.- me dijo mientras señalaba un túnel de un azul turquesa que escondía un fondo negro difuminado.
- Ven conmigo. Puedes venir. ¿Donde estas? - le pregunte nerviosa, palpando cada arruga de su camiseta azul marino.
- No puedo.

Me agarro del brazo bruscamente. Podía sentir un olor, un olor que no reconocía. No lo reconocía, no lo recordaba. Volví a echar a llorar. No quería marcharme, quería saber como estaba, que había hecho, si todavía guardaba aquella libreta en la que escribíamos cuentos fantásticos, yo nunca la hubiera tirado. Nunca. Yo, él. Ahora que más da.

- Por favor ¡Es imposible! me mientes.
- Te tienes que ir. Adiós.
Me abrazo fuerte y me miro a los ojos un segundo. Pero es de esos momentos que no pasan rápido, que se hacen eternos. Tan eterno.

Unos elefantes azules me esperaban en la puerta del túnel, adornados con cintas rojas y pendientes grandiosos, dorados. Una pequeña de cabellos dorados se bajo de uno de ellos y con ella unas cuerdas que me ayudaron a subir al lomo de aquel animal, tres veces más grande que cualquiera de estatura normal. Era Estefania, pero pequeña, con sus trenzas en el flequillo, sus ojitos de casitas y su piel tersa con sus dos puntitos rojos en la mejilla. Comenzó a andar el animal, yo miré hacia atrás.

Él en medio de la triste plaza roja, y una niebla caía sobre el ambiente amarillo, tiñendo todo de un verde, fundiéndose en un azul inmenso a medida que se acercaba en donde él estaba. Cada vez más pequeño, pperdiéndose en lo oscuro, me pierdo en lo oscuro, no me quiero ir de ahí, me pierdo, me pierdo, me pierdo...

Y despierto llorando con alguien a mi lado que me pregunta si era una pesadilla