lunes, 13 de abril de 2009

F

Hubo un día, un instante, un chasquido insignificante, en que la fuerza se me clavo en lo hondo, en lo extremo. Hasta dejarme sin aliento.
Era una tarde extraña, llena de silencios de ciudad. Lluvia con intervalos de fuego, con triste viento enrabiado a ratos, con nada que decir a simple vista.
Por los minutos en que alargamos aquella mirada muchos ilusos hubieran pensado que nosotros tramábamos algo, pero no era así, nada era como se imagino en un principio.
Mis piernas se desarmaron, hasta el suelo se desquebrajó con tu presencia y el metro cincuenta que me acompaña se ablando. Las intenciones duras y ruidosas que había planeado quedaron apartadas.

- Lo siento.

Las palabras se calmaron en tu pecho, lo pude notar.
Que cambiados que estamos.No rodee tu cuerpo como tu hiciste con el mio. Me mantuve quieta ante el remordimiento, muda de expresión, de llanto. Miré tus ojos directamente y nada más.
El reloj en tus pupilas, y la brisa de un otoño exquisito envolviendo los tirabuzones, danzando entre la gente.
Tú, yo y el tiempo.

Hubo un día, un instante, un chasquido insignificante, en que la fuerza se me clavo en lo hondo, en lo extremo. Hasta dejarme sin aliento.
Camino por una vía del tren, de puntillas, sin querer... y al levantar la vista te reencontré.

Las casualidades no existen, pero nadie esta dispuesta a renunciar la pequeña esperanza que alberga, que se guarda por siempre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La esperanza es siempre lo ultima que hay que perder.
He visto las fotos de flickr y son buenisimas, de verdad.

Saludos